jueves, 16 de diciembre de 2010

Palito de la selva.

Hoy llueve y

en las veredas del centro

todos llevan paraguas.

Que se chocan,

se salen de sus rayos

se inclinan hacia un lado.


Paraguas improvisados en

saquitos, pañuelos, bolsas de supermercado

y expedientes de Tribunales.

Mujeres que odian mojarse el pelo.

Gotas de lluvia que afean los trajes

de cadetes, empleados o gerentes

y les pagan el aguinaldo a

los tintoreros de la city.


Una señora gorda

con el pelo mojado

y musculosa blanca

entra en un café.

Es la parodia

del indie melancólico.


Me seduce un poco

ese motoquero

todo plástico

brillante, negro, amarillo

y esa cara casco que

despejaría con una franela.


El agua cae y moja

mis pies vestidos de verano

Esta no es mi semana, pienso

pero después me acuerdo

de que tengo paraguas

y unos pies hermosos.

sábado, 2 de octubre de 2010

Arrancame la cascarita de la oreja

en la mitad de una comedia romántica.

Llename las mañanas de mermelada,

indigname con tus opiniones políticas

y aburrime con tus posiciones

de manual.


Tragame sin agua,

dibujame las curvas con tiza institucional

y jugame al doble cero

en todos tus mareos.


Mirame bizco,

callame con caramelos

dormime en tu barba

afiname en el medio de un ensayo.

Atame los cordones en Florida

la víspera de Navidad.


Dame de comer

un ratito más.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Fiesta

En homenaje a los japonesitos

que salen en las noticias;

inspirados en las torres Le Parc 1 y 2

y en el cableado que decora la ciudad

saltaron.


Jugaron con Newton,

se creyeron astronautas,

paracaidistas de bolsita de cumpleaños,

marionetas sostenidas por hilitos de baba,

Mary Poppins sin paraguas.


En vertical,

los cien barrios porteños

escupen gente en simultáneo,

como bombuchas

en las siestas de febrero.


En horizontal,

los jubilados

que atardecen en las plazas

alimentan a las palomas

con maíz pisingallo y pan de ayer

mientras miran esa fiesta de colores

que los salpica de rojo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Azulamarillo.

Porque los febreros en Santa Clara son tristes,

le robé al nene de la carpa de al lado

su colchoneta inflable azul y amarilla.


Porque me recordó tu distinción entre colores cálidos y fríos.

Cuando nos mudamos,

vivíamos en un helado de vainilla

-azul pitufo del ahogo-.

Porque me recordó la Chacarita, el descenso de Atlanta

y la muerte de la abuela.

Porque me recordó al sueco desvalijado que lloraba en Once

como un gatito en celo.

Porque Rosario Central tiene los mismo colores

y también descendió.

Porque el mechón del Diego era amarillo y

porque en la Boca siempre hay tragedias.

Porque odio el olor a mierda del Riachuelo

y el olor a muerte de tu boca.

Porque odio el verde.

-El frío, el cálido y el inmaduro-

Porque quería que el nene llorara.


Porque yo también lloré

cuando tu mamá era rubia,

tenía el pelo amarillo

pero sus ojos no eran azules,

bien negros, del interior.

Como tu pubis,

como esta tinta rancia.

Como los agujeros en las playas

de Santa Clara de noche.