miércoles, 28 de diciembre de 2011

Putita

a @demimollo

por la anécdota.


*

—Hola gordo ¿Pudiste ver el mail que te mandé? Te marqué las opciones de cabañas en Bariloche que me parecieron más lindas. También te mandé un link a Mercado Libre. Es un sillón de tres cuerpos. Necesitamos un sillón antes de mudarnos. Bueno, cuando puedas fijate. No cuelgues. Besito. Te amo.

Lucía cortó el teléfono, tomó el último sorbo de café con leche y pensó que lo tenía todo. Un novio, un novio que tenía un auto, un novio con un buen trabajo. Un novio con el que se iba a ir de vacaciones en menos de tres días y con el que se iría a vivir cuando volvieran. Sonrió, besó a su madre, le dijo que no la esperara con la cena, que iba a llegar tarde y salió para la oficina.

Mientras caminaba hacia la boca del subte abrió su celular. Buscó en la M. Ya en el andén llamó a Maca, el celular sonó tres veces.

—Hola bebé.

—Hola Marto ¿cómo estás?

—Bien, nena. Quiero verte. No me respondiste los mails, no me respondés los sms. Me tenés abandonado.

—Martín, te estoy llamando ahora. Yo también quiero verte. Hoy a la noche Juan juega al fútbol con los amigos y después cenan.

—Te paso a buscar por la oficina.

—No, mejor nos encontramos en Godoy Cruz y Paraguay. Tipo ocho y media. ¿Dale? Tengo muchas ganas de verte, Marto.

—Te voy a romper, putita hermosa. Nos vemos ahí.

**

Lucía llegó a la oficina, saludó a sus compañeros mientras caminaba por el largo pasillo y le hizo señas a Sonia de que cuando tuviera un minuto la llamara por el interno. Se miraron cómplices. En su cubículo, se sentó frente a la computadora y vio las carpetas con datos que tendría que ingresar. Pensó que no eran tantas y que si terminaba antes podría pasar por la depiladora. Juan siempre le había hablado de su perdición por las conchas peludas, pero ella sabía que a Marto lo enloquecía apenas un hilito finito de pelos. Y en la cama, los gustos eran para Marto. Antes de ponerse a trabajar, abrió su casilla de mail. Un mensaje nuevo en la bandeja de entrada. De: Martín F. Asunto: Esta noche. Le dio un click.

“Desde que me llamaste que no paro de pensar en cómo te voy a llenar el culo de leche hoy a la noche.”

Lucía no se sonrojó. Volvió a la bandeja de entrada e hizo click en redactar. Para: Juan Cador. Asunto: No te olvides.

“Gordo, plis mirá las cabañas y hacé la reserva de la que más te guste. No puedo esperar a que estemos allá. Te amo. Lu. Pd. Teamoteamoteamoteamoteamoooo!”

Lucía metió la mano en la cintura de su pantalón y lo estiró. No recordaba qué bombacha se había puesto esa mañana después de ducharse. Enganchó con el dedo índice el elástico y lo subió. Una vedettina color piel de las que se compran por tres en Farmacity. Se golpeó la frente con la mano. Decidió que durante la hora del almuerzo iría a la mercería y se compraría alguna tanguita, con algún encaje, algo lindo que usaría sólo con Marto. Para Juan, ya sabía, sólo bombachas de algodón blanco. La simpleza de lo cotidiano—pensó—. Se reclinó en su asiento, suspiró y se dijo para sí que lo tenía todo.

***

El radioreloj de Juan se prendió a las ocho de la mañana. Del parlante salió la voz del cantante de Belle and Sebastian “the blues are still blues”. Juan estiró la mano y golpeó la radio en el intento de cambiar de dial mientras decía “indies de mierda”. Se sentó en la cama y miró el poster de Volver al Futuro que colgaba de la pared. Iba a extrañar las caras de Marti, Doc y al espléndido Delorean todos los días cuando se levantara. Pero Lucía había sido terminante. El poster podía llevarlo a la casa de su mamá de nuevo, dárselo a su hermanito o a algún amigo soltero. No iba con la onda que ella quería darle a la casa. “Ambiente minimalista, gordo” había dicho. Y él le había dicho que sí.

****

Juan puso la pava al fuego mientras abría el grifo de la ducha y llamaba a la agencia para ver si iba para allá o tenía que ir a alguna reunión con clientes. Respiró profundo y pensó que uno de los mayores placeres de ese departamento era la temperatura que la loza radiante repartía en partes iguales en todos los ambientes y que le permitía pasearse en bolas demorando el momento de vestirse lo máximo posible. Pensó que cuando Lucía se mudara, ya no iba a poder hacerlo. Otra cosa que tacharía de la lista: jugar a la play en bolas hasta las tres de la mañana.

—¿Qué hacés capo?— respondió Gabriel del otro lado del teléfono.

—¿Qué onda hoy? ¿Voy para allá? ¿Voy para algún lado?

—No, para acá. Che, ¿revisaste los mails? Lucho y Mario están enfermos. Necesitamos conseguir dos más para hoy o tenemos que suspender el fútbol.

—Estamos jugados. Trato de conseguir a alguien. Después lo vemos. En una hora estoy ahí.

Juan abrió su casilla de mails. Tenía cuatro mensajes. Dos eran de fotos y videos pornográficos que su jefe insistía en mandarle. Uno de Lucía. Uno de Gabriel. No abrió ninguno. Sacó la pava del fuego y se metió en la ducha.

*****

El teléfono del cubículo de Lucía sonó. Marcó con una regla el renglón en el que estaba y atendió.

—¿Qué pasa?— dijo Sonia

—Le voy a decir a Juan que esta noche vos y yo salimos. Quería avisarte para…

—¡Qué hija de puta que sos! Ajajajja ¿Todavía te ves con Marto?

—Nunca dejé de verme con Marto y tampoco voy a dejar de hacerlo.

—No te juzgo y soy tu coartada. Besito, loqui, sigo trabajando.

—Gracias. Te quiero.

******

Juan empujó la puerta de vidrio de la entrada del edificio de la agencia. Mientras escuchaba la cargada del conserje sobre el descenso del River, sonó su celular. Era Lucía. Miró su reloj. Eran las nueve y media de la mañana. Le agradeció a Movistar los números free. Atendió y escuchó atento las instrucciones de Lucía mientras esperaba el ascensor. No olvidarse de mirar las cabañas que le había marcado y darle el visto bueno al sillón que había elegido en Mercado Libre. Le gustaba que, a pesar de todo, ella le quisiera hacer creer que su opinión realmente importaba en este tipo de asuntos.

Cuando entró en la agencia no vio a nadie. Escucho risas desde la cocina. Toda la agencia estaba reunida alrededor de una Cremona gigante y una torta milhojas. No sabía de quién era el cumpleaños así que lo miró a Gabriel, quien le señaló con la pera a la recepcionista. ¿Mechi o Mery? No se acordaba cómo se llamaba. Se acercó y le dio un beso. MechiMery siempre olía bien y, además, estaba buena. Juan se preguntó si alguien de la agencia se la estaría cepillando.

*******

Juan se sentó en su escritorio, abrió el mail de Lucía.

“Amor, acá te mando una planilla de Excel con las opciones que más me gustaron. La que está resaltada en violeta es la que más me copó de todas. Es un poco caro, pero mirá el ventanal que tiene, es todo blanco, hermoso. Igual, si te gusta otra, yo no tengo problemas.

Y acá, el link con el sillón

http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-117439253-sillon-3-cuerpos-nuevos-tapizados-en-ecocuer-_JM

Te amo.

Lu.

PD: ¿Mañana nos vemos, o no? Hoy ya sé que es día de futbol. Cuidate amor.”

Juan abrió la planilla y vio las diez opciones que Lucía había preseleccionado. Había comentarios resaltados en verde, amarillo y rojo. Fue directamente al violeta. Abrió el link e hizo la reserva por internet. En tres días estarían en Bariloche. Estaba contento.

********

A las seis de la tarde, Lucía apagó el monitor, ordenó el escritorio, agarró sus cosas y salió. Tenía tiempo para hacer todo lo pensado antes de encontrarse con Marto. Decidió mandarle sms a Juan.

“hoy salimos con Sonia. Ladies night out. Jaja. Te amo. Mañana hablamos. Besote”

*********

Gabriel le gritó a Juan de un escritorio a otro si había logrado conseguir a otros dos para el futbol. Juan apenas levantó la cabeza y la movió diciendo que no. Gabriel se levantó y se acercó hasta él.

—Bueno, hacemos pizza y campeonato de winin en tu casa. Cuando se mude tu novia se termina. Ya siento nostalgia —hizo un puchero burlón.

—Ni me hablés. Mandale mail a los pibes. Quiero terminar esto antes de irme.

El celular de Juan sonó avisándole que había recibido un mensaje. Lucía. Tenía planes. La llamó.

—Hola Lu, se suspendió el futbol así que nos juntamos con los pibes en casa. Si querés, cuando terminan su noche, podés venir a dormir a casa. Bueno, sí, creo que hay una muda de ropa tuya en casa, pero tenés razón. Nos vemos mañana. Besos. Pásenla lindo. Ahora te respondo el mail, sí. Leí todo. Besos.

*********

Marto y Lucía se encontraron en la esquina de Godoy Cruz y Paraguay pasadas las ocho y cuarto de la noche. Se saludaron con un beso en el cachete y caminaron, separados, media cuadra por Godoy Cruz. Entraron al telo.

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Mientras esperaba a que llegaran los pibes, Juan se acordó de que no le había respondido el mail a Lucía. Prendió la computadora y se sentó a escribir la respuesta.

“Lu, ya hice la reserva. El sillón me parece lindo. Si a vos te gusta, compralo y lo retiramos cuando volvemos del viaje.

Juan”

Enviar. Juan se quedó sentado en el sillón mientras esparaba que gmail le dijera que “su mensaje ha sido enviado”. Pensó que el mail era demasiado escueto y que después de la lectura, aunque tuviera la información básica requerida, Lucía le iba a hacer un reproche.

Si le mandaba otro, enmendaba el error. Otro de los reproches de Lucía: el siempre se la pasaba emparchando errores, alguna vez tenés que hacer las cosas bien de una. Cerró sesión en su cuenta y abrió la de Lucía. Compartir las contraseñas de redes sociales y casillas de mail era un voto de confianza que, según Lucía, hacían todas las parejas que no tienen nada que ocultar. Podía borrar el mail y mandar otro más pomposo y lleno de corazones como le gustaba a Lucía. Así, parecía que todo había salido “de una”.

Juan borró su mail y leyó, por primera vez, la lista de la bandeja de entrada de Lucía. De: Martín F. Asunto: Esta noche. Lo abrió.

“Desde que me llamaste que no paro de pensar en cómo te voy a llenar el culo de leche hoy a la noche.”

Lo volvió a leer. Se levantó, caminó por toda la casa puteando a Lucía. En la habitación, se quedó con los ojos llenos de lágrimas mirando a Marti y al Doc. Sonó el timbre. Caminó hasta el portero eléctrico y le abrió desde arriba la puerta a Gabriel y a Nacho. Fue hasta la computadora, se reenvió el mail a su casilla, apagó la computadora y entreabrió la puerta para que los pibes entraran cuando estuvieran arriba.

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El sábado a la mañana, Juan cargó su bolso en el auto, pasó por la estación de servicio, cargó nafta, controló el agua y el aceite y pasó a buscar a Lucía por su casa. Cuando llegó tocó bocina. Salió Lucía con dos bolsos —uno en cada brazo— se acercó a Juan y lo besó. Atrás salieron el perro y la madre.

—Hola Juancito. Cuidame a la nena, eh. Jeje. Y vayan despacio que las rutas del sur son muy peligrosas

—Sí, Susana. Quédese tranquila.

—Chau, ma. Te aviso cuando estemos allá.

Lucía esperó que Juan cargara sus bolsos en el baúl. El segundo no entraba. Lo pasó al asiento de atrás.

—Ay, gordi. Sí, es un montón… pero la ropa de invierno ocupa un montón de espacio. Además, cuando volvamos ya dejo todo en tu casa. Estoy tan feliz.

—Yo también amor, la vamos a pasar joya.

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A las tres de la tarde ya estaban a la altura de Bahía Blanca. Juan le dijo que lo mejor era que hicieran noche en Neuquén y llegar a Bariloche temprano y descansados al día siguiente. Lucía asintió; le pidió a Juan que pararan en la próxima estación de servicio que vieran en la ruta porque tanto mate le había dado ganas de ir al baño.

Frenaron el auto. Juan le pidió que cuando saliera comprara galletitas y un paquete de chicles. Lucía se bajó del auto.

Cuando entró al baño, Juan también se bajó del auto. Bajó los dos bolsos de Lucía, los puso uno al lado del otro. Sacó un papel del bolsillo, lo enganchó en uno de los bolsos. Subió al auto, y siguió camino hacia el sur. Quería llegar a Neuquén antes de que anocheciera.

Lucía salió del baño —con el paquete de galletitas y los chicles— y buscó con la mirada el auto de Juan. Vio sus bolsos. Empezó a reírse. Gritó

—Juan, dale!! Ay, gordo. Hace frío. Dale, no jodas. ¿Dónde te metiste?

La gente alrededor la miraba. Lucía se acercó a sus bolsos, agarró el papel y lo abrió

“putita hermosa, ojalá algún camionero esté dispuesto a llevar tu culo lleno de leche de vuelta para capital. Te mando un beso. Juan”.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Fin

Un domingo de octubre le propuse ir al cumpleaños de un año de la hija de mi prima. Sabía que de no tener un plan pasaría toda la tarde en la cama, tapada, cansada, aburrida, pidiéndole que bajara el volumen del televisor. Él estuvo de acuerdo pero con la promesa de volver antes de las seis para poder ver el partido de River. Me preguntó de qué prima se trataba. Le expliqué por encima. Son muchos los primos de la rama paterna y poca la relación. Mamá había llamado en la semana para decirme que estábamos invitados. Planché su camisa antes de salir. Mis medias can-can tenían un agujerito diminuto, lo arreglé con esmalte transparente. Elegí un vestuario que me apretaba. Comprobé que había engordado. Reprimí un grito de horror y me limité a sollozar unas palabras inentendibles. Me pidió que por favor no empezara con eso, que llegábamos tarde y que me veía tan bien como otras veces y que a él le gustaba que no fuera tan flaca como cuando nos conocimos. Le dije que nuestros gustos eran diferentes. Discutimos con el espejo de por medio. Tomamos el 110 y nos bajamos en la esquina del salón de Villa Crespo donde era el festejo. Mamá miró desde su mesa, alzó el brazo y en dos ademanes perfectos dijo primero que la camisa que llevaba él estaba arrugada; y luego que me veía un poco amatambrada; esto último inflando los cachetes. Él me pidió al oído que no me pusiera loquita, que ya sabía cómo era. Se levantó para servirse comida y yo me fui tras los niños para que a mí también me hicieran un dibujo en la cara y le pusieran brillitos. Desde la mesa donde se acumulaban carnes, panes, salsas y diversos ingredientes, y con un plato en la mano, él me miraba y sonreía. Conversaba con mis primos y tíos. Pensé que nuestros hijos iban a tener una boca enorme. Ojalá con mi altura y mis dientes. La animadora pintó unas estrellitas alrededor de mi ojo izquierdo. Le pregunté si estaba acostumbrada a los familiares adultos que le piden dibujitos. Ella se rió y me dijo que sí, que un poco, que a ella no le molestaba. Era su trabajo, la habían contratado para eso. Me dio una tristeza enorme. Sólo le dije que sí, que claro y me levanté.

Me acerqué hasta donde estaba él, lo rodeé con mis brazos y besó mi mejilla derecha. Le mostré mis estrellitas y él movió la cabeza. Se reía. Me preguntó si quería que me preparara un sándwich; le dije que prefería que no, que podía sacarle el ojo a algún niño cuando volara algún botón de mi camisa. No seas loca. Algo tenés que comer, me dijo. Le dije que cuando llegáramos a casa. Sabía cuando no insistir; así que terminó de preparar su plato y volvimos a la mesa. Mientras él comía yo miraba a los nenes. Quiero uno, dije. Dejó de masticar y abrió los ojos. ¿Un qué? Se dio cuenta de que no estaba haciendo un chiste. Ojalá, en algún momento, me dijo. Ahora, le dije. No seas loca, dijo. Nos quedamos en silencio. Además, ya sabés, me dijo. ¿Qué cosa? le dije. Que no podemos, Chu, que no podés; al margen de que no es momento. Claro, le dije, ya sé, es un deseo nada más. Es un capricho, me dijo, como te encaprichás con todo, empezás con un helado y terminás con un pibe; tenés un espectro amplio. Bueno, igual es algo que no vamos a discutir acá, le respondí tratando de parecer ofendida pero sabiendo que tenía razón. No, es algo que directamente ni vamos a discutir, dijo, sos como una nena la mayor parte del tiempo.

El día que nos separamos tampoco discutimos. También era domingo. Diciembre. Él llego a casa pasada la medianoche. Yo apenas había llegado de un asado en Palermo. Le abrí la puerta. No nos veíamos hacía una semana. Sin darme cuenta había decidido que tomáramos distancia. Llené mi semana de actividades que le enunciaba sin hacerlo partícipe. Fiestas, reuniones con la editorial, histeriqueos. Él me había llamado para decirme que se iba. Y había vuelto con una decisión. Se sentó en la cama; me miró y me preguntó que me pasaba. Empecé a llorar. En el último tiempo lloraba todo el tiempo y por cualquier cosa. No respondía, nunca tenía justificaciones. Sabía que llanto mataba argumento. Al menos por un rato. Él nunca me decía que no llorara. Sólo me preguntaba por qué lloraba.

—Hace una semana que no garchamos.

Llanto

—Te fuiste sin avisarme.

Llanto

—Habíamos quedado en vernos, llegué a tu casa y no estabas.

Llanto.

—Yo te amo

Llanto con hipos.

En un momento él se puso a llorar conmigo. No había venido para eso. Pero teníamos que separarnos. No sabés ni lo que querés, nena. Me dijo. Yo dejé de llorar. Lo mandé a la mierda. No hay muchas opciones. Quememos todos los cartuchos que podamos. Este era el último, Chu, me dijo, me cansé de la incertidumbre. Me voy a dormir, le dije. Pensé en cerrar los ojos y dormir. Los lunes se solucionan los problemas. Él se acostó al lado mío. Se durmió pidiéndome que por favor, ya basta. Yo lloré hasta el sueño.

El lunes se levantó y se fue a la agencia. Amanecí a las once de la mañana con la cara todavía hinchada. Me extrañó no haberme despertado con él. Me ardían los párpados y los labios. Sentía la cabeza como si la tuviera adentro de una olla a presión. Hice pis y salí al patio. Abrí el techo. Había sol y hacía mucho calor. En el clavito de al lado de la puerta colgaban sus llaves.