viernes, 17 de febrero de 2012

wishful thinking

Es difícil escribir a partir de los presentes felices. Nunca puedo contar una experiencia feliz mientras pasa. Siento que ahí no puedo indagar. La construcción es a partir del drama, de la angustia, del malestar, del nudo en la panza, del dolor de mandíbulas por un mal sueño la noche anterior. Me cuesta expresarme desde la felicidad tanto como me cuesta decir te quiero, te extraño, te necesito, esto me hace bien, feliz o mejor persona. O lo digo, pero tal como suena, sin variaciones. Envidio a la gente que puede hacerlo y le salen frases hermosas y casi únicas. A mí me pasa más como si habláramos de una greeting card a la que personalizo según de quién se trate. Me cuesta ponerle nombres a los sentimientos felices; no me sale. Quiero armar un discurso fluido y quizás sólo termino diciendo: podrías recortarte los pelos de las axilas, ¿no? Transpirarías menos. Un buen consejo es un sentimiento feliz. Se presume. Digo algo que sin dudas te va a hacer bien e incluso va a hacer que te veas mejor; sin pelos sobresaliendo por las mangas de las remeras, sin aureolas en las de colores, sin tanto pelo pegado en el jabón que compartimos. But suddenly, suena como una ofensa. ¿Te pido que me digas algo lindo y me decís que me recorte los pelos de las axilas? Me bajaste la chota al tercer subsuelo. ¿O sea que esta noche no cogemos? Solo vi terceros subsuelos en los estacionamientos del primer mundo. Acá no existen. ¿Imaginamos un vuelo y hacemos de cuenta que bajo, encuentro la chota y la subo? ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos con la ofensa que sobreviene a toda mala o sobre interpretación? Es una forma de decir: me preocupo por vos; y por mí con vos. En definitiva, cuando estamos juntos nos reflejamos; ¿no? Esa cosa de que uno se ve en su pareja y entonces lo más sano en realidad es que ninguno se sienta avergonzado de lo que el otro refleje. Spiegel Spiegel. No es que me genere demasiadas contradicciones que levantes el brazo para llamar al mozo y tanto yo como el resto del lugar veamos la aureola de transpiración y un pequeño enredo de pelos asomando. No es eso, pero estamos en el terreno de lo evitable. Just some advice, take it or leave it.

—Siempre que te cuesta decir algo, lo decís en inglés. Las primeras veces que hablamos me dijiste que era selfconfident y que eso era definitivamente un LIKE; y la vez siguiente me advertiste que eras highmaintenance. —

También dije que era una attention seeker casi patológica. Si no me prestás atención esto no va a funcionar. Tenés que mirarme, decirme que estoy linda con lo que me puse o más flaca o que te gusta la foto que subí a cualquier red social o el papelito que pegué en la pared. También es recomendable que te acuerdes de nuestras conversaciones y no repreguntes. Eso me da ganas de comerme las uñas y empacharme.

Me siento en el sillón y me repito vas a cansarlo, vas a cansarlo, vas a cansarlo hasta que se convierte en un mantra. Cuando suene el timbre voy a sonreír, voy a tener la comida preparada, voy a responder a todas sus preguntas sin cuestionamientos y me voy a bancar sus ronquidos sin despertarlo.

—Compré Respira Mejor. Al menos probemos si me funciona.

Y no le funciona del todo porque ronca como si respirara con todo el cuerpo o como si un montón de caballos, o de ganado o de cuadrúpedos pasaran en manada por encima de piedritas de colores. Pero dormir sola me gusta menos que los ronquidos. Y además está el gesto, la consideración, el registro del otro que no duerme y que te golpea para que gires y gires y dejes de roncar y la compra de unas banditas que expanden algo adentro de la nariz para que el aire pase sin tanta resistencia y entonces sin tanto ruido.

—Anoche roncaste un montón.

Decirle a la mañana siguiente vale, porque él se ríe y dice que todos los hombres roncan. No todos los hombres roncan; pienso en un ejercicio de lógica, me repito el mantra, también me digo que esta vez menos drama y entonces le respondo que puede ser, quizás todos los hombres ronquen pero no todos los hombres compran Respira Mejor. Entonces él se ríe de nuevo, porque todo –incluso lo que a mí me hace feliz- a él le da risa y eso, de a poco, nos acerca a un happy ending.

viernes, 3 de febrero de 2012

Verano sin luz [A little memoir]


Es verano y hace más de un día que estamos sin luz. En la pileta de la cocina hay una bolsa con hielo y en la del patio hay otras dos, una arriba y la otra debajo de las cosas que había en la heladera. Mamá, que vivió en el campo y no tenían heladera, dice que así al menos no se va a cortar la cadena de frío. Yo cada tanto meto la mano en la bolsa, saco un hielo, me lo meto en la boca, lo chupo un rato hasta que se me congela la lengua y entonces hago un huequito con la mano y lo escupo. Mamá me dice que me va a hacer doler la garganta, me saca el hielo de la mano, lo envuelve en un repasador y me lo da. Miro el paquetito y la vuelvo a mirar a mamá.
—No me duele nada—le digo
Papá, que está leyendo en cuero en una silla de la cocina porque cuando no hay luz no puede trabajar, me dice que es para que chupe de la tela el agüita helada del hielo mientras se está derritiendo.
—Como si fuera un helado, tus tíos y yo hacíamos eso cuando éramos chicos, porque tus abuelos no tenían plata para comprarnos siempre helados a todos.
Y claro, si la abuela parió cinco hijos en cuatro años. Vestirlos, calzarlos, darles de comer, mandarlos al colegio… mientras papá me habla, me acuerdo de las quejas que la abuela repite todavía hoy. Y, es muy lindo hacerlos, pero después… y se mezcla con la voz de mamá cuando habla con alguna tía sobre nuestra crianza. La mía o la de mis primos o la de alguna vecina que tuvo muchos hijos y que protesta en la verdulería, el mercadito o la plaza.
Le digo a papá que no existe el helado sin gusto; pero no le digo que, además, me da un poquito de asco chupar una tela, que para tomar agua puedo usar un vaso y ponerle cubitos y esperar a que se derritan en el agua. No tiene sentido chupar una tela con un hielo adentro, ni siquiera para mí.
—Que el helado no tenga gusto es una ventaja—responde papá— porque así vos le podés poner el gusto que quieras al helado. Y podés elegir un montón de gustos distintos y no uno solo como con los helados de palito. Mirá, dame el helado.
Estiro el brazo y le doy el hielo envuelto en el repasador que ahora gotea por una de las puntas. Papá se levanta, abre el repasador, saca un hielo de la bolsa, vuelve a cerrar el repasador, pone la boca como si fuera a dar un beso y chupa del repasador haciendo ruido.
—¡Cerezas a la crema! Me encanta. ¿Vos de qué lo querés?— dice devolviéndome el repasador.
Lo miro a papá y creo que puedo ponerme a llorar. Me miro la punta de las zapatillas para que no se me caigan las lágrimas. No me animo a decirle a papá que no le creo, que imaginar que el agua es crema y encima cerezas no me parece divertido o posible; y que además no quiero chupar el mismo repasador que acaba de chupar él. Cuando siento que ya se pasó el calor de la cara y de los ojos, vuelvo a mirarlo. Papá todavía sostiene el helado y me lo está alcanzando. La decepción me pesa en los párpados y la idea de que papá se dé cuenta me da escalofríos.
—De limón— le digo— pero no ahora, más tarde— y empiezo a caminar hacia el zaguán, que es la parte más fresca de la casa.
—¿Y por qué no jugás a la heladería? Podemos armar una acá, en la mesa— me dice cuando ya le estoy dando la espalda. Pero hago de cuenta que no lo escucho y sigo caminando.
Mamá, que está en el patio poniendo una manta sobre las bolsas con hielo y la comida para que se conserve mejor el frío, le grita que los hielos no son para jugar, que no me dé ideas a mí y más trabajo a ella. Desde el zaguán, escucho el eco del ay, vieja, vieja, que le responde papá antes de que todo en la casa sea silencio, y dentro de un rato también oscuridad.