Un aro de básquet en estado de coma
en el balcón de un primer piso
de un departamento de Belgrano
un miércoles nublado.
Desde el 44
miro la calle Pampa
la desolación de un barrio
ya no hay chicos en la plazas
ni en las bicis,
ni saludando al tren que pasa
desde los brazos de sus padres.
Algunos juegan en patios con rejas
de colegios privados
otros se mudaron y juegan
en mundos con lagos artificiales
y tipos de uniforme.
En los balcones, SUM de la clase media urbana,
no hay nadie.
Me cierro el saco
madrugué para ir a trabajar y
acabo de salir de la misa
en conmemoración a San Cayetano
—paz, pan y trabajo—;
desde el púlpito leí para los fieles
un fragmento del libro de los Reyes (19: 8-13)
y casi me pongo a llorar.
El colectivo desacelera
porque estamos llegando a las Barrancas
pienso en Elías y en su fe
pienso en Elías y en mi fe.
No consigo sacarme el frío del cuerpo,
la humedad aplasta a los chicos
que duermen en las casitas semifabricadas
de nylon y cartón —rastis de los lúmpenes—
alrededor del pasto del parque
donde señoras como mi mamá hacen footing
las mañanas que hay sol.
Espero un tren que me deje
en la estación Rivadavia.
y le doy el vuelto del boleto —0,80—
al inválido que custodia las monedas
y la bondad indiferente de los pasajeros
al costado de la boletería.
Me fui de la misa en medio
de la consagración del pan y el vino
cantando cordero de Dios;
tenía que volver a trabajar.
Sentí el pecado del mundo en la suela de los zapatos,
quise balar
pero me salieron palabras.
en vez de balar leí bailar y me generó un efecto loco cuando me di cuenta
ResponderEliminarmuy bueno
El poema social, didáctico, grandilocuente, cargado y explicativo, a mi, me gustó (sic).
ResponderEliminarUn beso