viernes, 19 de agosto de 2011


Un aro de básquet en estado de coma

en el balcón de un primer piso

de un departamento de Belgrano

un miércoles nublado.


Desde el 44

miro la calle Pampa

la desolación de un barrio

ya no hay chicos en la plazas

ni en las bicis,

ni saludando al tren que pasa

desde los brazos de sus padres.

Algunos juegan en patios con rejas

de colegios privados

otros se mudaron y juegan

en mundos con lagos artificiales

y tipos de uniforme.

En los balcones, SUM de la clase media urbana,

no hay nadie.


Me cierro el saco

madrugué para ir a trabajar y

acabo de salir de la misa

en conmemoración a San Cayetano

—paz, pan y trabajo—;

desde el púlpito leí para los fieles

un fragmento del libro de los Reyes (19: 8-13)

y casi me pongo a llorar.


El colectivo desacelera

porque estamos llegando a las Barrancas

pienso en Elías y en su fe

pienso en Elías y en mi fe.

No consigo sacarme el frío del cuerpo,

la humedad aplasta a los chicos

que duermen en las casitas semifabricadas

de nylon y cartón —rastis de los lúmpenes—

alrededor del pasto del parque

donde señoras como mi mamá hacen footing

las mañanas que hay sol.


Espero un tren que me deje

en la estación Rivadavia.

y le doy el vuelto del boleto —0,80—

al inválido que custodia las monedas

y la bondad indiferente de los pasajeros

al costado de la boletería.


Me fui de la misa en medio

de la consagración del pan y el vino

cantando cordero de Dios;

tenía que volver a trabajar.

Sentí el pecado del mundo en la suela de los zapatos,

quise balar

pero me salieron palabras.

2 comentarios:

  1. en vez de balar leí bailar y me generó un efecto loco cuando me di cuenta
    muy bueno

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  2. El poema social, didáctico, grandilocuente, cargado y explicativo, a mi, me gustó (sic).
    Un beso

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