viernes, 18 de junio de 2010

Imaginarios patéticos de un viernes a la mañana

Día gris. Luminosidad a medias, la odiosa necesidad de encender la luz, un amarillo virtualmente cálido de una lamparita que titila al principio, pronta a quemarse. Tanto prender y apagar no puede ser bueno para nadie. Tanto prender y apagar, los dedos marcados en el interruptor, grasosos, sucios de quién sabe cuántos viajes en transporte público, aceitosos. “Chupate el dedo”, pero vas y apretás igual el interruptor. Que se manche, que quede la marca. Yo lo toqué, yo puse mi dedo y la luz se prendió. Le metí el dedo, lo toqué, lo manosee. Tantas veces como se me dio la gana. Un manoseo constante. Prendo cuando la necesito, apago cuando me olvido que la necesitaba, cuando me aburro, cuando es necesario caminar aunque sea del baño a la cocina pero sin lavarse las manos. Prendo y apago. Prendo. Apago. Vuelvo a prender. Me gusta el manoseo, pero se siente algo raro en ese tanto prender y apagar. Yo interruptor. Yo manoseada. Yo quejándome, desgarrándome y odiando en el infinito silencio, en la imposibilidad de verbalizarlo. Yo manoseada, yo me dejo, tu te dejas, él se deja. No, él no. El me manosea, lo sabe y le gusta. Yo me dejo.

1 comentario:

  1. “No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector”... dijo alguna vez el gran escritor.
    Me sumo al grupo de lectores de Franny Glass. Fran

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