domingo, 13 de noviembre de 2011

Cínico [frag-ment-O]

*

—Te quiero.

—No seas cínico.

—Te quiero.

—No seas cínico, plis.

—Es ternura. Te quiero.

—Cinismo y ternura no son compatibles. No seas cínico.

—Sos demasiado dura.

—Y vos sos un cínico.

—Es ternura

—Es un juego.

—Y bueno, jugá.

—Me aburre.

—¿Qué cosa?

—Vos. Tu cinismo. Deberías ser menos cínico y yo menos boluda.

—¿Boluda? ¿Por qué?

—Cínico.

—Cortala.

—Bueno.

—¿Me querés?

—Vos sos demasiado cínico y yo no soy tan boluda.

— ¿Qué querés?

—Que no me jodas. Andá a jugar a la ternura a otro lado.

—Ya lo hago.

—Ya lo sé.

—¿Qué sabés?

—Sé.

—¿Qué?

—Si lo volvés a preguntar te voy a dar una piña en la cara. ¿Querés que te cuente?

—Sí.

—No te voy a dar el gusto. Cínico del orto.

— Te quiero

—Los cínicos no quieren. Gozan, quizá, pero de sí mismos; en sí mismos. Se ríen de los demás.

—Yo te quiero. Y no me río. Y a veces gozo.

—Los secretos no existen.

—Cínica.

—Pelotudo.

— Ah! Perdiste.

—Sí.


*

—¿Te acordás cómo nos conocimos?

—¿Cómo o dónde?— quise precisar.

—¿Cuál es la diferencia?

—Lugar y modo.

—Da lo mismo.

—No da lo mismo.

—Acá sí da lo mismo. Para decirme uno, me vas a decir el otro, también me vas a decir cuándo ¿te acordás o no?

—Sí, Festival de la Luz, en el Recoleta.

—Sí, vos estabas con tu amiguito maricón de la Alianza.

—Sí. Vos estabas solo. Y te enojaste porque escuchaste cuando decía que no entendía la historia que contaba la serie que habías colgado.

—Te hiciste la canchera con dos conceptos de morondanga que habías aprendido en una escuelita de fotografía de Belgrano. Me hiciste reír. Habrías apretado un obturador no sé, tres veces en toda tu vida.

—No me hice la canchera. Tommy estuvo de acuerdo conmigo; después vos estuviste de acuerdo conmigo. No era un buen trabajo y además no había manera de que supiera que el autor de la obra estaba cerca.

—Me trataste de hipster.

—Me invitaste a un vernissage en Palermo, dos semanas después. Exponías esa misma serie, pero completa.

—Y viniste.

—Sí.

*

Ese viernes llovía. Me bajé del 55 en Thames y Soler. Tomé una cerveza con dos amigas que estaban en la zona. El vernissage empezaba a las 20.00 horas y no quería llegar puntual. Allí estarían profesores y antiguos compañeros de la escuela de fotografía. La mayoría, ahora dedicados a eso. Yo había transitado por la actuación, la fotografía y la literatura para quedarme con esta última. Ellos opinaban que yo no sabía qué era lo que quería. Yo opinaba igual que ellos. Aunque sabía que todavía guardaban cierto rencor de que Tommy, el profesor estrella de la escuela, tuviera una relación más fluida conmigo —incluso después de haber abandonado la escuela— y confiara en mi criterio para trabajar. Objetaban mi falta de esfuerzo, de empeño, de compromiso; mi dispersión. “No entiendo cómo la prefiere para trabajar. Si hace tres tiros, prueba armar una escena con cuatro cosas, saca dos, pide el estudio por cinco minutos, trabaja rápido y sin conciencia; se aburre y se pone a tomar cerveza en el patio. Pero después lo adorna con un lindo texto y el chabón se deslumbra. No lo entiendo. Se la quiere coger”. Después, casi todos se reían y estaban de acuerdo. A veces, mientras trabajaba en el laboratorio, escuchaba ese tipo de apreciaciones que venían desde el patio. Matthias, mi único amigo del grupo que dividía su vida entre Alemania y Argentina, entraba al laboratorio, me acariciaba la cabeza y me decía que no me amargara “Todos sabemos que Tommy es gay; buscan desviar la causalidad” explicaba en un español germanizado. Algunas veces nos besábamos porque el escenario lo justificaba y después me ayudaba a colgar mis fotos. Me demoraba en el laboratorio; me angustiaba que a unos metros, en el patio, hubiera un montón de gente a la que no le gustaba. Matthias se daba cuenta, ¿querés que me quede con vos? decía arrastrando las eses.

—Sí.

*

Tommy estaría esa noche pero Matthias no. Pensé en que sería una buena idea pedirle a alguna de las chicas que me acompañara al vernisagge. Las dos se negaron. Los novios las esperaban. Era viernes, llovía, peli y a la cama. Ganas de vomitar. Están empezando a empollar. La felicidad tiene forma de pollo, y después de pollitos. Les propuse que fuéramos y que después podíamos tomar una pepa y caminar bajo la lluvia toda la noche, o que en realidad no importaba. Lo que ellas quisieran. Repitieron que no, preferían pochoclos. No pochoclos per sé, pochoclos con novios. Arrumacos. Apechugar. Pechugas. Vuelven los pollos. Eso es amor. Tengo planes con Juani. Empollar no es un plan. Te juro. No lo puedo creer. Sola en Palermo y yendo a un vernissage de una serie de fotos de la cuales ya había visto la mitad. Y me parecían horribles. Palermo Arte. Las fotos, las chicas, los fotógrafos, el curador o la curadora. La curaduría. El vino. Me despedí, abrí el paraguas y caminé las dos cuadras y media de distancia que había hasta la galería. Tommy llamó a mi celular. Linda dónde estás. Tengo tu copa de vino en la mano, y mirá que me la tomo, eh. Tommy se reía en el teléfono. Tommy, estás borracho. No, nena, te estoy esperando. Ya estoy llegando, Tommy. Corté el teléfono. A media cuadra, encendí un cigarrillo. No tenía ganas de fumar, menos de entrar. Vi desde la esquina gente que entraba y salía del local. Del Espacio de arte. Espacio para artistas. Una chica rubia y muy hermosa con botas de lluvia violetas se paró al lado mío. Me miró fijo y sonrió ¿Tenés fuego? preguntó.

—Sí.

*

Entré. Algunas cabezas giraron cuando se entornó la puerta. Tommy vino a mi encuentro con los brazos abiertos. DI-VI-NA. Hola, Tommy. En el espacio había mucha gente. Yo me había puesto un tapado pied -de- poule y tacos. La lluvia me había enrulado el pelo. DI-VI-NA ¿cómo estás? Tommy me alcanzaba una copa de vino. Encontré varias caras conocidas entre los asistentes al vernissage. Recorrí el espacio con la mirada. Lo vi a él rodeado de jovencitos y cuarentonas. Tomé un trago de la copa. Berreta, le dije a Tommy. No seas hija de puta, wacha, respondió Tommy mordiéndose los labios. ¿Ya elegiste? le pregunté señalando con la cabeza a todos lados. Se rió sin contestarme y empezó a menear la cabeza. Ay, Tommy, qué puto que estás. Pero no se lo dije. Nos separamos. Él se fue a conquistar modelines y aspirantes a fotógrafo; yo recorrí un rato la muestra. Finalmente me acerqué, lo tomé a él por la espalda. Felicitaciones, le dije mientras besaba su cachete. Tenía la barba crecida y olía rico. Cínica, respondió. No te felicito por las fotos; te felicito por la exposición. Gracias por venir, dijo él abrazándome por el cuello y abriéndose definitivamente del grupo de gente que lo rodeaba. Caminamos la muestra otro rato. Empecé a encontrar pequeños detalles en sus fotos: un pato que rompía la fila, una mano que se insinuaba en un ángulo inferior izquierdo, un hilo que podía ser de una caja de pizza, de un matambre o de un globo, una boca desdentada en un círculo de gente fuera de foco. Él recibía y agradecía las felicitaciones de los asistentes pero no me soltaba.

—Exageré. No están tan mal. Algunas cosas me gustan realmente— le dije agarrando su mano derecha, que colgaba sobre mi hombro, en la mía.

—Me quiero ir a la mierda. No me aguanto más a esta gente.

—Así son los vernissages. El autor recibe elogios y dos o tres invitaciones a encamarse.

—Si me voy, ¿venís conmigo?

—Sí, pero se van a dar cuenta

—¿De qué?

—De que el brillante, joven y bello autor de la obra no está más— me reí.

—No, están todos demasiado ensimismados. Ocupados en ser condescendientes con ellos mismos.

Caminamos entre la gente. Él se detuvo para saludar a dos o tres personas. Escuché que les decía nos cruzamos al rato. Nos fuimos acercando a la salida. La cercanía con su cuerpo me consolaba de tanta humedad. Ya en la puerta escuché la carcajada de Tommy. Giré y lo vi en la otra punta, jugando a tener veinte de nuevo. Antes de salir, él me besó en la cabeza. Me consuela el olor de tu pelo limpio, dijo. Yo también quería hablarle de mis consuelos; pero no le dije nada. Agarró mi mano y salimos. Afuera llovía. Caminamos hasta la esquina y paramos un taxi. Antes de subir nos besamos. Él me miró y acarició mi pelo. ¿Te vas a quedar toda la noche conmigo? preguntó.

—Sí.

1 comentario:

  1. Cecilia, una alegría el descubrir tu blog, los diálogos y los relatos parecen el guión de una futura película.Saludos,
    Ignacio

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